Capítulo 1.

Ella arrastraba el cuerpo inerte de su amante cuesta arriba. Realizaba un gran esfuerzo, tanto físico como mental. Hacía apenas tres horas yacían extenuados tras haber hecho el amor con vigor y pretendida pasión. Más bien él, ella se dejó hacer, como siempre últimamente, a disgusto. Ahora colaboraba en la desaparición de su amante.

            El asesino le había ordenado que cogiera el cadáver por los pies y lo ayudase a trasladarlo hasta la entrada de una cueva, en lo alto de un pequeño montículo. Pesaba casi noventa kilos al menos, nunca lo había notado tan pesado, ni siquiera cuando se derrumbaba sobre ella tras vaciarse. Lo agarró por los tobillos y tiró cuesta arriba apretando los dientes. La mayor parte del peso la soportaba el asesino, el cual tenía agarrado al muerto por las axilas. Ascendía la cuesta despacio dándole tiempo de vez en cuando a la chica a recuperar el resuello.

            No hablaban, concentrados como estaban en la operación, para ahorrar fuerzas y, sin duda, para escamotear la tenebrosa realidad de lo que estaban haciendo: deshacerse de un cadáver. Ella desde el momento en que gritó, asustada por la súbita irrupción del asesino en el coche, no abrió la boca ni una sola vez más. Ni siquiera para tomar aire durante la exigente ascensión de la loma. Desde luego se asustó mucho. En un principio creyó que ella también iba a ser su víctima. Sin embargo,  en cuanto vio que la obviaba como objetivo criminal y le pedía ayuda para introducir a su amante en el maletero, desde ese mismo instante, se relajó aliviada. Primero, porque no parecía que la fuera a matar también a ella —siempre tuvo la impresión de que le gustaba por la forma en que la miraba, por alguna que otra trivial insinuación, porque su presencia y encuentros eran más asiduos en las últimas semanas—, y segundo, porque la eliminación de su pareja representaba en realidad una liberación, quizás una oportunidad para comenzar una nueva vida.

            Ella se quedó observando como su acaso pretendiente se deshacía del cuerpo y lo dejaba caer por una estrecha grieta. Decidió alejarse. No quería ver más. Pasar página. Irse de allí. Regresar a Madrid y cambiar de vida.

Sí, pero no con un asesino